Cuándo un lugar empieza a ser "ese" lugar.

Desde hace un tiempo he estado fijándome en lo que mira mi hija cuando encuentra linda una calle. A veces son calles de la ciudad, en Santiago, a veces en pueblos más chicos, como Curacaví o Futrono, incluso en zonas rurales, fuera de toda urbanización.
“¡Esta calle me encanta!”, dice de repente, de sorpresa, cuando vamos pasando. Casi siempre son calles arboladas, con árboles grandes, como la Avenida Lyon, en Santiago. No son demasiado anchas, Pedro de Valdivia, en Providencia, no alcanza a sacarle la expresión esa. Y últimamente he descubierto que puede perdonar un arbolado ralo o más joven si la calle o el camino tiene curvas y promete sorpresas.
Esto último corre también para zonas rurales donde vamos de vacaciones, si el camino es con curvas y con subidas y bajadas, casi siempre es “qué lindo, mamá”.
Luego, en segundo lugar para ella, viene la arquitectura. Se fija mucho en la basura que hay en el lugar, esto desde muy chica además, y en portones y rejas. La arquitectura moderna no la conmueve, pero ante obras realemente buenas, se rinde siempre y cuando el entorno esté limpio y haya alguna área verde.
En cambio la cosa medio campestre, aunque bien hecha, le saca suspiros y siempre, siempre lo encuentra lindo. Tendría unos 6 años cuando definió sola su estilo, mirando trancas en zonas rurales alrededor del Lago Ranco: “Así quiero un portón en mi casa”. Esto junto a la elección de camionetas viejas y potentes, siempre con cabina simple; perros de razas muy específicas y caballos de todos los colores.
La significación que tienen los lugares es distinta para cada uno, no nos conmovemos todos de la misma manera (¡por suerte! ¿se imaginan?), pero me parece que la magia que esos lugares conllevan, que puede estar definida por sus árboles, sus plazas, por la arquitectura o la topografía, es importante siempre.
Es la magia para que cada uno ubique a ese lugar en un sitio especial.
